La rata, la maravilla y el beso baladí
Te saludo, maravilla. Te regalo un guiño, nictálope, si es que logras
verme hacia lo alto y lo profundo, hacia lo lejos, más allá de tus
faroles, más allá de la carne, de lo baladí, de lo perfecto.
Vení.
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Te invito, castidad del ayer, restricción y desdén, maleficio y mosca
canchera, una taza de aromática con sabor a futuro, con panela de
ilusión y tinte rojo metálico.
Ya sé que tu cerebro lo ha bloqueado todo, y por eso el tabaco se queda
en tus ósculos, en tus labios que han perdido lo etéreo, lo deletéreo,
lo letal y lo quermes.
Recuerda que soy todo oscuridad (la oscuridad debe quedarse como
oscuridad), no hay nada de luz en mi faz, mas que la paz de mis anhelos (y el silencio,
necesario para mis procesos), que buscan visitantes a mi reino de larvas. Ojalá sean
diurnos -aún cuando no me sea permitido-, taciturnos -a pesar de mi
ansiedad conspiradora- y famélicos -me gusta cocinar para extraños-.
Vení.
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