domingo, agosto 15, 2010

El caballero de Salango

Matilde lo conoció durante su etapa de viajes internos en el país. Sin embargo, el encuentro entre ellos fue bastante peculiar, y, de alguna manera, marcó el caminar de Matilde en sus senderos de "autoanálisis", en sus propias palabras.

En su segunda noche recorriendo Manabí terminó en Salango, uno de los tantos pueblitos polvorientos y algo desolados de la famosísima 'ruta del sol' de la costa ecuatoriana. Allí, Matilde, sola como ninguna, sentada mientras comía pollo en una esquina que tal vez en su natal Guayaquil jamás se hubiese atrevido a visitar, sintió una mirada contemplativa a sus espaldas, casi como un haz infrarrojo de alguna manera calentando la piel de su nuca muy de a poco, pero cada vez con mayor intensidad. Matilde se voltea con la supuesta excusa de llamar a alguien del local por más servilletas. Entonces logra verlo. "Morboso de mierda", pensó ipso facto. Tuvo tiempo y excusas para estudiarlo un poco más. La mirada vivaracha del tipo parecía decirlo todo. Era completamente perturbadora. Semi barbudo, cabello castaño crespo y corto. Cuarenta y algo. Flaco. Parecía venir de cualquier lugar menos de Salango, "probablemente de Guayaquil, y está aquí porque huye de algo, diría yo", fue su pensamiento subsecuente, sin temor a contradecirse por su "morboso de mierda" anterior. Sonreía todo el tiempo, y no dejaba de ser amable en momento alguno: con la chica que atendía en el asadero, con el niño betunero que se le acercó en cierto momento, y claro está, con su propia compañía, un aparente amigo con quien se había sentado a comer. Parecía difícil creer que fuese un "morboso de mierda" per se.

Pero él no le quitaba la mirada de encima...

De pronto, el niño betunero se acerca a la mesa de Matilde, quien aprovecha, oportunísima y curiosísima:
-¿Quién es este loco aquí atrás mío que me está mirando?
-¿El ojón de camiseta blanca?
-Sí, ese.
-Ah... ¿Qué, no lo conoce?
-Si te pregunto es porque no sé, ¿no?
-Ah, bueno, es que aquí todos lo conocen. Todo el mundo le dice 'el caballero de Salango'. Yo lo veo casi todos los días pero la verdad es que no sé cómo se llama.
-¿Y por qué le dicen así?
-Porque es buen dato con todos, es muy amiguero, siempre ayuda a la gente, siempre saluda a todos, parece diputado o loco (risas). La señora que vive aquí en la esquina lo adora, por ejemplo. Ayuda a las abuelitas, también les da clases de inglés gratis a algunos niños.
-Ah, ¿sabe inglés?
-Creo que aprendió en Guayaquil.
-No sé pero me intriga. Y siento que me queda viendo a cada rato.
-Ah no, pero tranquila, él es buena persona, y lo dice todo el mundo. De pronto usted le gustó.
Una sonrisa honesta, aunque tímida, fue el regalo que recibió en aquel momento Matilde de parte del niño.

Sigue comiendo su pollo, sola, como sólo ella -mientras el niño se va de vuelta a sus vueltas en bici-, como solo una errante eremita como ella podría sentarse en una esquina de nadie, casi desolada, una esquina de extraños 'caballeros', de polvo y de pollos...
Ahora arranca su cacharrito -una Datsun 1000. Espectacular y flamante a sus treinta y muchos de longevidad- y empieza a rodar lentamente, con la sublime nostalgia de fondo de la emperatriz del blues, Bessie Smith (suggested bgm: After you've gone), por las estrechas calles del centro del pueblo manabita. Se detiene frente al malecón. Se baja, descalza. "Correcta", exhala. "La mar...". Pensativa, reflexiva, introversa como siempre, silente, siempre silente... Ya son casi las once de la noche. Alguien parece acercarse. El 'caballero', sorpresivamente, a pocos metros detrás de ella.

"La mar...", dice casi a manera de susurro pero con la suficiente firmeza fonética -y extrañamente, poética- para que Matilde lo escuche. "Algún día volveré a ella...".

-Suena como si hablaras de una mujer... ¿suspiras por ella?
-Suspirar es una forma de debilidad.
-Extrañar a alguien no es debilidad, no si amas de verdad, y cuando amamos de verdad somos entonces niños de corazón.
-Interesante. Puede ser. ¿Cómo te llamas?
-Dejémoslo así mejor. No sé por qué me estoy atreviendo a hablar con un extraño como tú. Mejor dicho, no sé por qué no he salido corriendo de aquí al verte. En otro momento ya lo hubiese hecho, pero siento que, por alguna rara razón, no tienes malas intenciones. Ahora parezco loca hablando.
-Creo que sin hablar ya pareces un poco loca (risas).
-Atrevido... (Matilde sonríe. Ahora están parados uno al lado del otro frente al mar, viendo hacia el mar). No sé ni qué hago aquí (Ahora camina hacia el agua, dejando a unos cuantos pasos detrás suyo al 'caballero').
-Me voy a atrever a opinar: buscando respuestas.
-¿Cómo podrías saberlo?
-Te sorprendería saber...que hay muchos como tú, y como yo, aquí y en los lugares insertados entre la nada, buscando, buscándose a sí mismos, tratando de reencontrarse... En esa búsqueda, algo me sirvió muchísimo: pensar, de todo corazón y honestamente, que puedes encontrar "todo lo que necesitas... en tu propia mente... si te tomas el tiempo..."
-¿Y tú cómo te llamas?

Sólo el latigueo de las olas contra la costa respondieron a la interrogante de Matilde, frente al mar en alta noche. Se volteó. La nada. Sola de nuevo, sola como sólo ella, de vuelta minutos después a su cacharrito, despidiéndose de un polvoriento pueblo, de la esquina de pollos, de sabias voces, internándose de nuevo en la carretera, en camino hacia más parajes infamiliares...


(90) y (91)