domingo, junio 24, 2012

Weapon of choice

 "I was seven when my dad raped me. Twenty years later I'm here, working fourteen hours a day (in a meaningless job) and not a day goes by without remembering it still hurts... so I hurt myself a little more. A razor blade -my weapon of choice- helps a lot on that area, especially when I'm in the tub, right before trimming my privates. Mom's right outside..."

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Jamais vu (Beso autumnal)

(suggested bgm: Amanece)

“Te veo cada cierto tiempo desde hace unos lustros, pero es extraño, en cada encuentro eres un rostro distinto... El olor es el mismo. La espuma marina y el almizcle en tu cuello, como cuando pasaste detrás de mí la primera vez. Eres siempre el mismo, la misma sombra furtiva...

Por ese perturbador jamais vu te vuelvo a pensar, te desentierro, te descubro en otras caras, te dibujo de a poco, reconstruyo tus pómulos y labios, armo las piezas de este juego y te desarmo, y te reinstalo, y te doy vida con el mismo beso azul…”.

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viernes, junio 22, 2012

La limpia

(suggested bgm: Happiness is a warm gun)

“Recuerdo que venía manejando, acompañada de mi padre y mi madre. Ella, un ángel raro, alguien a quien me ha costado entender, sugirió una vez más entre sus silencios extraños, entre sus despechos e inconformismos, en el camino a casa de vuelta desde el consultorio de un doctor más: “…ha de ser para que sigas metiéndote droga, ¿no?”. Mi histeria, mi orgullo, ese fulgor inevitable, se volvió un dragón hipertrofiado e incandescente. La ruta exigía pasar por casa de mi abuela. Ni siquiera la saludé. La dejé con otro beso en el aire. No me importó nada. Mi único objetivo era darle de comer a mis demonios, a como dé lugar.

Me encerré en un justo y requerido crackhaus, una vez más. Gigolós, exhuberantes mujeres, junkies. Tod@s estaban ahí, y el sueño se volvió un consumario de colores esta vez confusos en verdad.

Recibí una llamada a las 4 de la mañana. Uno de mis mejores amigos, maestro de mi vida artística y profesional, había estado enfermo, entre la vida y la muerte durante semanas y nadie me había contado. Volé.

Todo se volvió entonces una pesadilla. Una pesadilla sin fin. Habían enfermeros, doctores, ayudantes, familiares. Su casa y los exteriores estaban atestados de todo tipo de personas. Por primera vez en el patio de su casa y escaleras había gente por doquier, confusión y dolor por doquier, preocupación y angustia por doquier, en el aire, en la noche… una noche que temía que jamás iba a terminar.

Lo vi. Era tan confusamente aterrador que no sabía si su mejilla derecha sangraba profusamente o si estaba gangrenada. Estaba enmascarado y vendado casi como una momia que había regresado del más allá, pero cubierto en sangre y hematomas, más débil que un mutilado de guerra, apoyado en los brazos de dos ángeles de la muerte. Ni siquiera podía yo proferir su nombre. Tuve que taparme la boca para que mi pensamiento más trágico no se me salga y se convierta en el espíritu maligno que creo que ya había poseído su cuerpo desde la médula.

Dos amigos más se acercaron corriendo para ayudar a cargarlo. No pude más. Salí corriendo de allí descorazonada, golpeada de ver el dantesco cuadro.

En el interior de su hogar vi a las personas más raras que podría imaginarme. Miró siempre se había rodeado de una cultura bohemia pluricultural intelectualoide. Almas condenadas, autoflageladas con su propio talento. Escritores, pintores, poetas, pensadores, filósofos, cineastas: maricones, putas, drogadictos. Miró tenía un sable samurai en su habitación –en ese momento yo subí a su recámara y los vi a la mayoría de ellos allí, lamentándose por él, recordando juntos los momentos más significativos de vidas compartidas, entrelazadas y conectadas por el arte, sí, pero también por el dolor, al cual Miró era adicto por sus oscuras razones- tomé la espada, sollozando, temblando, delirando, y lo pensé, pensé en perforar mi estómago con él…

Pensé en todo el dolor que Miró de seguro había venido sufriendo. Él, una persona implacable “para hacer justicia”, como siempre decía. Él, la autoridad máxima en su departamento, un semidios autoproclamado, un bisonte titánico, enorme, robusto, fuerte ante todo, genial para las letras y sueños, para las planificaciones, obsesionado patológicamente con sus proyectos y creaciones, con sus ideales, en el fondo bueno, pero esa luz muy poca gente la podía ver.

¿Quién está castigándolo por su soberbia? ¿Quién está consumiendo su organismo desde el interior? Sus células mueren a cada nanosegundo. Millones de ellas. Es el cáncer más despiadado, “implacable”, como el ‘egotrip’ en el que se había embarcado desde que fue nombrado líder de su área de trabajo…”.

Matilde nunca había llorado tanto. Lo había visto todo. Todo lo que fue (por ese infundado orgullo), todo lo que nunca debería ser (por ese infundado orgullo)… Esa noche se levantó por una explosión de lágrimas inevitable, -implacable-, perdurable en el tiempo… sanadora.


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