jueves, abril 06, 2006

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Era de noche, era la tersura inverosímil de tus dedos, dedos que se deslizan a lo largo de mi ansiedad y de la arquitectura de mis mitos que no encuentran entendimiento entre las personas sino sólo en ellos mismos, en lo tetro de mi encierro y mis idiosincrasias. Eran tus pisadas que persiguen a mis sombras escarlatas y al soplo ignífero que enciende estas palabras en horas prohibidas. Son tus ojos que evocan la psicodelia citadina del deseo. Es tu silencio que desespera, inherente a mi urgencia por encontrarte, y son mis recuerdos de tus líneas en contraluz que relampagueantes, sin orden cronológico ni aparente relevancia, confabulan para recordarle algo a ese ego que le encanta volar, al alma cuellierguida e insolente que inconscientemente suspira delirios de felicidad, conspiran para recordarle algo parecidísimo a tu ingenuidad tan irresistible y tan tuya, a todo lo que veo dentro de tus ojos, a tu sonrisa que obliga a los cuerpos y superhombres sobrecelestiales a caer fragorosos para su contemplación, a tus harpados susurros, a lo que conjuras y mueves dentro de mí como la ubicuidad de mis ojos en búsqueda de vida en capítulos de inercia cotidiana (cuenta mi inconformismo), como el mirarte de cerca, inhalar profundo y cerrar los ojos, como el decirte que haces que me aferre una vez más, que suspire una noche más en agitadas ascuas, enhebrando sueños y metáforas para despertar, y que me cole en los sueños de otros, cazando esperanzas, una vez más…